De las tragedias completas de Esquilo se conserva Prometeo encadenado, en la que trata sobre el castigo al que es sometido el titán que llevó el fuego a la humanidad. Es llevado por Fuerza y Violencia al Cáucaso, la región que los griegos concebían como el confín de la tierra, y allí fue encadenado por Hefesto, obedeciendo las órdenes de Zeus. El fuego que arrebató a los dioses y lo entregó a los hombres era calor y combustión, y también luz de conocimiento, civilización, salud y progreso técnico. Prometeo es el símbolo del despertar humano a la ciencia para salir del caos de la vida salvaje, en la más completa miseria.
El titán es inmortal, por lo que será sometido por tiempo incontable a que un águila devore cada día su higado, que se regenera durante la noche. No obstante, Prometeo sabe que su castigo no será eterno, ya que conoce el futuro de Zeus y profetiza que será destronado por uno de sus propios hijos, tal como le ocurrió a Urano y Cronos. Sabe, además, de qué madre será fruto ese hijo de Zeus.
Otro titán, Océano, procura darle palabras de aliento, esperanzado en que obtendrá el perdón del jefe del panteón olímpico, pero Prometeo lo disuade. Io, con su forma de ternera, errante por el mundo por las constantes picaduras de un tábano, conoce por boca de Prometeo que uno de sus descendientes vengará las afrentas sufridas en manos de Zeus. Ambos han sido víctimas de la arbitrariedad de las deidades -uno de Zeus, la otra de Hera-. Pero el jefe de los dioses del Olimpo no es omnipotente, puede ser destronado y Prometeo presagia su caída: los timoneles del destino son las tres moiras.
Finalmente lo visitará Hermes, procurando que Prometeo le revelara cuál es el matrimonio que debe evitar, a fin de no perder el dominio en el Olimpo. Mas el titán encadenado se negara en un diálogo que corre entre la ironía y la recriminación.
Infortunadamente, apenas nos han llegado algunos fragmentos de una obra posterior, Prometeo desencadenado, que quizás cerraba una dilogía.